El castillo de la carta cifrada
Mal asunto escribir cartas, mal asunto. Al enarbolar la pluma, el riesgo que se nos presenta es doble. Primer riesgo: no saber qué decir, a pesar de nuestra frenética urgencia de decir algo. Segundo riesgo: que los destinatarios de la carta no participen de nuestras ideas y, al recibir el mensaje, puedan negarnos su comprensión o, lo que es peor, zaherirnos con una sonrisa desdeñosa. ¿Qué hacer entonces? Si la necesidad de comunicación persiste, hay que encontrar una solución. Por ejemplo, amañar la carta, de tal suerte que el destinatario, por mucha que sea su buena voluntad, no...